La Spagna degli ultimi trent’anni, osservata dal punto di vista di uno storico, è stata teatro di numerosi e interessanti fenomeni riguardanti il nazionalismo, l’identità e l’“invenzione della tradizione” (il riferimento a The Invention of Tradition, a cura di Eric J. Hobsbawm e Terence Ranger, Cambridge, Cambridge University Press, 1983 [ed. it Torino, Einaudi, 1987] è scontato). In Spagna, infatti, sono attivi importanti movimenti e partiti politici che mirano ad affermare un’identità di tipo nazionale (e nel caso catalano l’indipendenza stessa della nazione) di alcune Comunidad regionali dotate di un’autonomia giuridico-istituzionale riconosciuta a livello costituzionale, di cui le più note e significative sono quella catalana e quella basca. A tal fine, queste forze politiche si avvalgono di una retorica politica fortemente identitaria su più livelli e fanno ricorso a percorsi comunicativi diversificati. In particolare, a livello storico e “mitopoietico”, i nazionalisti catalani sono sono stati e sono tutt’oggi attivi nella costruzione di una narrazione “storica” volta a convincere i membri della loro Comunidad della legittimità delle proprie lotte politiche. Tali interventi influenzano profondamente il modo in cui la storia viene narrata e si basano su un modo di leggere le fonti storiche che tende a ignorare ciò che è generalmente accettato dagli studiosi accademici come metodologia di ricerca e di critica delle fonti. Di questi temi, delle loro premesse storiche e delle ripercussioni che hanno sul modo di fare storia abbiamo parlato con Jordi Canal, maître de conférences all’EHESS (École des Hautes Études en Sciences Sociales) di Parigi, autore di Storia minima della Catalogna (Roma, Viella, 2018) e grande esperto di nazionalismi iberici e delle narrazioni storico-identitarie a essi collegate, sia nel passato che nel presente.
(JL)
Quali sono gli elementi caratterizzanti della riscrittura del passato operata dai nazionalisti catalani?
Los nacionalistas catalanes otorgan una gran importancia a la construcción de un relato del pasado, generador de identidad y sustentador de intereses y proyectos políticos. La historia ha resultado un instrumento fundamental en el proceso de nacionalización de la sociedad. El relato nacional-nacionalista de la historia de Cataluña ha sido en el siglo XX, y continúa siendo en el siglo XXI, hegemónico. Los historiadores, en concreto, han tenido un papel no menor en su elaboración, difusión y justificación. Este relato ha sido pergeñado por los historiadores para el nacionalismo catalán o bien simplemente apropiado por este, con o sin permiso: desde el neorromanticismo patriótico conservador de Ferran Soldevila al nacional-comunismo romántico de Josep Fontana, sin olvidar a autores como Antoni Rovira i Virgili o Jaume Sobrequés, ni tampoco los precedentes provincialistas o regionalistas de Víctor Balaguer y otros en el siglo XIX.
En este relato histórico nacional-nacionalista, Cataluña constituye una viejísima nación que se dotó pronto, entre la época medieval y la moderna, de un Estado, siempre acechado por Castilla-España y en vías de convertirse, a finales del siglo XVII, en un modelo de democracia. El 11 de septiembre de 1714 supuso el fin de una nación y de un Estado. La nación revivió en el siglo XIX, con la Renaixença en lo cultural y con el catalanismo y el nacionalismo en lo político. El Estado propio se convirtió, en cambio, en los siglos XX y XXI, en una deseada e irrenunciable aspiración, a corto, medio o largo plazo. En estos más de mil años de historia hubo, supuestamente, momentos de desnacionalización – un aspecto que preocupaba enormemente a Soldevila, en especial con ocasión del Compromiso de Caspe (1412) – y, por encima de todo, mucha resistencia frente a los ataques permanentes de Castilla-España, que fueron evidentes, según reza este relato, en las derrotas de 1714 o de 1939.
Desde un punto de vista estrictamente histórico, sin embargo, ni Cataluña es una antigua nación, ni el primer gran Estado-nación de Europa, ni fue un Estado – Cataluña, que formaba parte de una agrupación política mayor, la Corona de Aragón, ha apuntado John H. Elliott, no puede ser considerada ni un Estado completo ni soberano –, ni un modelo de democracia en el siglo XVII e inicios de la centuria siguiente, ni la Guerra de Sucesión o la Guerra Civil española fueron guerras contra Cataluña.
En el relato nacional-nacionalista y en la obsesión nacionalista por la existencia de una viejísima nación llamada Cataluña tiene un papel importante la implicación política futura que de este hecho se deriva. El nacionalismo catalán ha definido, desde sus orígenes a finales del siglo XIX, a Cataluña como una nación y a España como un Estado, pero no una nación. Lo natural frente a lo artificial. A cada nación, un Estado, apuntaba Enric Prat de la Riba en La nacionalitat catalana (1906), su obra teórica fundamental y una de las referencias esenciales del catalanismo. Para este político, “del hecho de la nacionalidad catalana nace el derecho a la constitución de un Estado propio, de un Estado Catalán.”
De ahí la necesidad de reconocer a Cataluña como una nación. La nación abre las puertas del Estado: nos encontramos ante una cuestión política firmemente anclada en la historia. El nacionalismo es una construcción y la nación una construcción de los nacionalistas. Antes del siglo XX no existía ninguna nación, en el sentido político contemporáneo – la aplicación del término sin más al pasado es un abuso historiográfico y una evidente trampa –, llamada Cataluña. Fueron los nacionalistas los que, a partir de finales de la década de 1890, se lanzaron al proyecto de construir una nación y de nacionalizar a los catalanes. Este proceso se hizo contra la nación española y con formas no muy distintas a las aplicadas por los Estados-nación del siglo XIX. La vieja nación catalana es, en fin de cuentas, un mito.
Quali sono le opinioni degli storici catalani sulla narrazione politica e storica nazionalista? E in questa prospettiva, qual è il loro rapporto con le istituzioni e le forze politiche catalane?
Ya en 1938, el periodista Agustí Calvet, más conocido como Gaziel, aseguraba desde su exilio parisino que las obras que sustentaban este relato nacional-nacionalista, a pesar de basarse en hechos reales, no contaban la verdadera historia de Cataluña, sino la historia del sueño de Cataluña. Gaziel hacía referencia sobre todo a la Història de Catalunya (1934-1935), de Ferran Soldevila, un libro bello e inflamado de “fe catalanesca”. Insistía el autor en que a lo largo de algo más de mil años de historia, Cataluña nunca había existido como entidad política. La imagen de Gaziel era muy gráfica: el arca maravillosa que guardaba los sueños patrióticos de los catalanes nacionalistas de su época no había existido nunca en el pasado. Las historias elaboradas desde 1870 narraban hechos reales, sostenía, pero los atribuían a una entidad política y orgánica que era un auténtico “fantasma”, esto es, “Cataluña considerada como un Estado catalán”. Gaziel criticaba en estas historias de Cataluña, impregnadas de ideal nacionalista, que hicieran converger todos los acontecimientos del pasado hacia la necesidad apriorística de obtener, en tanto que coronación, la plenitud de la nacionalidad catalana en una forma estatal.
El relato nacional-nacionalista fue cuestionado por algunos historiadores en el siglo XX. Los intentos parcialmente renovadores de Jaume Vicens Vives en las décadas de 1930, 1940 y 1950 – a pesar de una obra tan esencialista como Notícia de Catalunya (1954) – o de otros historiadores, ya desde el marxismo, en las de 1970 y 1980, con un intenso trabajo de deconstrucción de los mitos nacionales, no consiguieron, sin embargo, desplazar al discurso dominante. Fue una época, esta última, en la que las maneras de hacer historia fueron revisadas. La historiografía catalana mostraba entonces un gran dinamismo y los debates entre historiadores alcanzaron un notable nivel. La revista mensual L’Avenç desarrolló desde sus inicios, en la segunda mitad de los años setenta, un muy destacado esfuerzo desmitificador.
Desde la última década del siglo pasado han regresado con fuerza inusitada algunos de los caracteres y problemas de la historia nacional militante. Ello resulta especialmente evidente en las obras de síntesis sobre la historia de Cataluña, en los textos de divulgación y, asimismo, en el amplio uso político que del pasado se está haciendo día tras día. Tres razones me parecen fundamentales a la hora de intentar explicar el cambio de rumbo de la historiografía catalana a principios de la década de 1990. En primer lugar, el éxito del proceso renacionalizador pujolista y su gran interés e inversiones en la historia – entre los asesores de Jordi Pujol estaban los historiadores Josep Termes y Josep M. Ainaud de Lasarte – como pilar de un proyecto nacional. Estas circunstancias generaron numerosos puestos, encargos, subvenciones y ayudas varias, bien aprovechadas por algunos profesionales de la historia. Algunos historiadores catalanes han asumido desde finales de la pasada centuria el papel inquisitorial de señalar y denunciar a los colegas que se apartaban de la ortodoxia nacional-nacionalista. Entre todos ellos destaca, por la combinación de virulencia en las formas y mediocridad historiográfica, Agustí Colomines, uno de los ideólogos actuales del denominado “procés” (proceso) independentista.
La crisis y el hundimiento del marxismo, en segundo lugar, que iba a llevar a muchos historiadores catalanes a abrazar el nacionalismo como fe de sustitución o, simplemente, complementaria. Ernest Lluch aludía, en 1994, al “pujolismo-leninismo”. Desde aquel entonces, el nacional-comunismo ha florecido en Cataluña.
Finalmente, en tercer lugar, la fuerte presión ejercida sobre los historiadores catalanes, consecuencia parcial de los dos elementos anteriores, para que definieran su compromiso nacional, o catalán o español – en la mente de los nacionalistas no existe la posibilidad de pensar o actuar al margen del nacionalismo, de un sentido o del supuestamente contrario, en una reductora y primaria dualidad –, que se vivió en la primera mitad de los años noventa. Abundaron, en este sentido, las polémicas historiográficas en revistas o en la prensa, pero también las acusaciones públicas. En 1993 circularon ampliamente unos panfletos anónimos en los que se denunciaba a los historiadores catalanes que estaban “al servicio del Estado español”, esto es, a Borja de Riquer y a Enric Ucelay-Da Cal, acompañados de Ricardo García Cárcel, Roberto Fernández, Josep M. Fradera, Pere Anguera y Jordi Canal. Enorme fue el efecto de los libelos sobre toda la profesión, que no reaccionó, sin embargo, de manera unánime. Sea como fuere, ya nunca más las cosas iban a ser igual en la historiografía catalana.
Qual è la reazione della società catalana alla narrazione nazionalista e indipendentista? Quanto è diffuso il sentimento nazionalista e indipendentista tra i catalani?
El relato nacional-nacionalista en la historia de Cataluña – inculcado desde la escuela y las instituciones autonómicas, así como repetido una y mil veces en la televisión y medios de comunicación públicos o bien subvencionados – carece desde finales del siglo XX, con escasísimas, aisladas y vilipendiadas excepciones, de alternativa. La incapacidad para distinguir entre hacer historia y construir patria ha sumido, en la actualidad, a buena parte de la historiografía catalana, con lógicas excepciones individuales, en un pernicioso e improductivo ensimismamiento. Una historiografía contemporánea dinámica, seguida y admirada, como la catalana de la década de 1970 e inicios de la de 1980, ya no ejerce desde hace años casi ningún atractivo fuera de Cataluña. Mientras que la militancia, la connivencia o el silencio ante el nacionalismo erosionaron profundamente la profesión durante años, el proceso independentista ha acabado situando, en el siglo XXI, a los historiadores catalanes al borde del abismo. La mezcla de nacionalismo e historia resulta, aquí y siempre, nefasta.
La profunda nacionalización a la que fue sometida la sociedad catalana, tanto en las etapas pujolista (1980-2003) y masista (2010-2015), como en la de los tripartitos socialista-independentista-ecolocomunistas (2003-2010), explica en buena medida, junto con las crisis política – el propio Estado de la autonomías está necesitado de reformas urgentes –, económica y social y con los enfrentamientos en torno a la reforma del Estatut, el estallido nacionalista de 2017 en Cataluña. El independentismo, minoritario en el seno del nacionalismo catalán a lo largo del siglo XX, se convirtió en una poderosa fuerza. El proceso nacionalizador fue posible, entre otras cosas más, gracias a un extendido clientelismo, los discursos machacones de políticos y opinantes, una televisión de régimen – TV3, adoctrinadora y obscenamente cara –, una prensa, una radio y unas asociaciones fuertemente subvencionadas y, asimismo, la intensidad de la normalización e inmersión lingüística, que no solamente ha tenido efectos sobre la lengua, sino en el nivel de las ideas y estructuras mentales.
En la Cataluña actual se discute a veces si el proceso independista (procés) ha terminado o sigue adelante. No hay acuerdo. Quizá la respuesta más adecuada sea considerar que ha acabado en la forma que tuvo en otro momento y que alcanzó su punto álgido en octubre de 2017, y que, asimismo, continúa en nuestros días bajo otras formas. Fracasó estrepitosamente en 2017, pero no está acabado y podría resurgir, bajo determinadas circunstancias y con readaptaciones y nuevas fórmulas, en cualquier momento. El diálogo, más mentado que deseado, se nos antoja muy difícil y la sociedad está mucho más dividida, enfrentada y fracturada que en otros momentos del pasado. Según los datos del Centro de Estudios de Opinión (CEO), en marzo de 2022, el 53,3 por ciento de los catalanes se muestran contrarios a una Cataluña como estado independiente, mientras que lo apoyan un 38,8. En un año la caída del porcentaje de partidarios ha sido del 10 por ciento. Junto a aquellos que viven y siguen viviendo el procés, pesan fuertemente los que viven y desean seguir viviendo de él.
In che modo le forze politiche di destra attive a livello nazionale (come il “Partido Popular” e il relativamente giovane “Vox”) e che sostengono un discorso puramente “spagnolo” e patriottico, si relazionano con le forze nazionaliste catalane da un punto di vista politico e narrativo?
Los nacionalismos opuestos siempre se retroalimentan. De hecho, no es posible entender el surgimiento y crecimiento de Vox sin tener en cuenta el proceso independentista catalán. No es, evidentemente, la única razón, pero sí una razón muy poderosa. De la misma manera que el nacionalismo catalán ha construido a lo largo del tiempo un relato nacional-nacionalista, el nacionalismo español lo ha hecho igualmente. Si Jaime el Conquistador es un héroe del nacionalismo catalán, el Cid Campeador lo es del nacionalismo español. Y así sucesivamente. Debemos, sin embargo, introducir algunos matices. Mientras que el nacionalismo catalán ha tenido, desde la Transición democrática de la segunda década de 1970, una buena prensa, para el nacionalismo español ha ocurrido todo lo contrario, pues este era asimilado al pasado Franquismo, que había hecho un uso y abuso de todo lo nacional. Por esta razón ha resultado tan difícil recuperar símbolos españoles como la bandera o como el himno, siempre sospechosos de ser reminiscencias del pasado. Con la historia de España ha ocurrido algo parecido, sospechosa de ser algo arcaico y autoritario. Las cosas, afortunadamente, están cambiando. Mientras que Vox o el independentismo catalán pueden ser claramente definidos como nacionalistas – en el sentido esencialmente negativo, fuente de conflictos y guerras, que esta palabra tiene en toda Europa, quizá con la excepción española –, resulta más complejo definir de esta manera al partido Popular, que conjuga, según el momento y los distintos territorios regionales, un cierto nacionalismo, bastante patriotismo y no poco regionalismo y autonomismo. De todas maneras, hoy no existe una auténtica historia de España, sino muchas Españas con sus respectivas historias. La crisis del Estado-nación tiene su correlato en la crisis de la escritura de su propia historia.